lunes, 22 de agosto de 2011

La peligrosa brecha entre "civilizacion y barbarie"


Por Andrés Pascual

(reeditado)



      ¿Qué cambios socio-político-económicos se aprecian en Colombia y Venezuela desde la época enmarcada en las magistrales “novelas de la tierra” de Rómulo Gallegos o de José Eustaquio Rivera?

      La fuente regional de temas para presentes o futuras obras de la narrativa se ha ampliado con un toque inevitable de más violencia, menos comprensión, más vicios y mucho menos humanismo.

      ¿Acaso desapareció el endose filosófico-literario de “lucha entre la civilización y la barbarie”?

       La Bárbara moderna murió de un infarto cardíaco y el Zar de la Venezuela de hoy la despidió con un beso post-morten en el sarcófago. Tenía más poder que la villana del insigne novelista que fuera presidente democráticamente elegido, porque le seguían jaurías de delincuentes viciosos, envidiosos y matones, muchos más que los Mondragones de la novela. La única diferencia con la Doña es que este engendro de un totalitarismo imperfecto fue una mujer fea y cobarde que se enamoró de la antítesis de Santos Luzardo, tan feo y cobarde como ella.

       Hispanoamérica ni inicia el camino hacia el Dorado de la masividad cultural, apenas cuenta con un incipiente movimiento de educación popular. Por eso algunos países sucumbieron ante la arrolladora verborrea mentecata y mentirosa de los gamonales de nuevo tipo, estandartes del comunismo oportunista, inmovilista y criminal. Está demostrado que democracia no es cualquier cosa; libertad y soberanía, menos.

       La gran escuela política de los gobernantes hispanoamericanos a través del tiempo ha tenido, como clase magistral prioritaria, el cumplimiento del objetivo único: cómo se roba más y mejor y los medios necesarios para lograrlo, lo mismo civiles corruptos egresados de universidades en Europa o en Estados Unidos que militares que llegaron con la intención de “poner las cosas en orden” y no pudieron imponerse el pundonor sobre la codicia y la ambición desmedidas. Los pueblos, para semejante crimen, mientras más lejos de las aulas mejor.

       Cultura significa cultivo, pero ¿De qué semilla? La élite intelectual argentina casi apuesta por lo exótico en contra de lo autóctono nacional, por lo que sus influencias no contemplan al Martín Fierro. En varios países de la región ni se le conoce ni importa. Igual ocurre con Juan Darién, del uruguayo Quiroga.

       Sus futbolistas, a España y a Italia; mientras, la Milonga perdió la batalla contra el Hard Rock, el R & B, el Rap y todas esa groserías importadas de mal gusto.

        ¿Dónde está la Etica? Borges le es más ajeno que nunca a este continente; tal vez en su patria se maneje su nombre con carácter comercial que como el bisturí de la vivisección del espíritu argentino, o de su itinerario filosófico, que es igual. No es solo sentirse orgulloso del paisanismo con el Maestro de Historia Universal de la Infamia; sino comprenderlo, sus ensayos, su poesía, sus novelas y sus notas al margen: el más argentino de todos decidió morirse en Suiza, pero el pecado no fue de él…

       Lo peor es cambiar a Borges, a Sarmiento, a José Hernández, a Lugones…por la inútil y peligrosa cartilla guevarista que, en Cuba, la adornan con el verso pésimo y guataca de Wichi el Rojo o de Abel Prieto, o con la narrativa hipócrita, homosexual y sometida de Miguel Barnet.

      Castro también se invento un Martí y un Enrique José Varona y, recientemente, hasta modificó a Dulce María Loynaz. Antes, había sustituido los libros imperecederos de lecturas de primaria de Joaquín Aguayo o de Luis Pérez Espinós, por los fríos, adoctrinantes y antipedagógicos de la “instrucción política soviética”, que no educación.

       La región no se le debe regalar a la reacción castro-guevarista; no se puede permitir que se impongan estos mercachifles del oprobio y la amoralidad, como vulgares ladrones de nuestra idiosincrasia e identidad nacional, para que hagan lo único que saben con esos valores: pisotearlos.

       Si la política mal aplicada, que tiene como base la instrumentación educacional deficiente, puede cambiar la cultura de un país o de una región es obligación de cada hispanoamericano hacer valer el postulado martiano “De América soy hijo; a ella me debo”, de la forma más enérgica posible, sin manierismos ni debilidades que, todavía, tal vez se esté a tiempo.














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